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El silencio es lo que necesitan los oídos para cantar alegrías y dolores

El silencio es lo que necesitan los oídos para cantar alegrías y dolores

La obra de Javier Peñoñori recorre paisajes y sentires humanos, pinturas musicales de diversas geográficas y sociales de bellezas profundas. Compositor, guitarrista y escritor argentino, nacido en San Pedro, a orillas del río Paraná, provincia de Buenos Aires. Allí da a conocer públicamente sus primeras composiciones. Inicia sus estudios musicales a la edad de 5 años, guiado por su madre, maestra rural y por el maestro José Riziutti, músico y compositor. Atraído desde muy niño por la música folclórica y clásica, desarrolla la capacidad de escuchar, tratando naturalmente de imitar; a edad muy temprana y sin saber música, reproducía lo que le gustaba, esto permitió que desarrollara su capacidad para la improvisación.

Llevas tu música por muchos países del mundo, tan diversos a nuestras cultura como Japón. ¿Cuál es tu búsqueda desde un escenario? ¿Qué caminos recorres desde la música?

Javier Peñoñori: –No sólo es búsqueda desde el escenario, sino de recorrer esas tierras lejanas y ver su palpitar por dentro. Sentimos ese algo que nos atrae, incluida su gente, sus costumbres, sus paisajes o historias. Me voy dando cuenta  que nuestra música popular-criolla tiene aceptación, cómo es recibida en esas culturas, cómo es recibida  por esa diversidad de culturas milenarias. Y sobre todas las cosas, darme cuenta que hay un reconocimiento respetuoso, ya que la forma y característica del pueblo japonés es de respeto y saber escuchar. El pueblo japonés gusta tanto de Yupanqui como de Agustín Barrios, Troilo o Piazzolla. La música andina, como huaynos, carnavalitos y otras danzas muy bien recibidas. Es una experiencia enriquecedora atravesar Japón, de Tokyo hacia Osaka, por ejemplo y poder contemplar esas montañas boscosas, valles  y quebradas, que por momentos me recordaba a Tafí del Valle en Tucumán. Ver diversos sembradíos, frutales florecidos, arrozales; sensaciones nostalgiosas que nos llevan a repensar y revalorizar la madre tierra, nuestro terruño. Por eso me gusta no pasar a la ligera sin conocer, ya que todas estas vivencias luego se almacenan, maduran y un día salen a través de un poema y una música. Es  una siembra enriquecedora que luego no solo guarda sus paisajes, sino además a su gente con sus historias de lloros y alegrías. Del genocidio que significó las bombas arrojadas por Estados Unidos sobre los pueblos de Hiroshima y Nagasaki , hasta ver florecer los cerezos. Ya han pasado 5 años y tengo ganas de volver a Japón.

¿Cómo te iniciaste en la música? ¿Cuáles fueron los primeros sonidos que le sacaste a una guitarra?

JP: –A los 4 años, pegado a la radio en San Pedro, mi pueblo natal. Escuchando a Yupanqui, Eduardo Falú, a Segovia y a Víctor Malchuzinsky -pianista clásico polaco excepcional-. Tenía una mandolina de mi abuela y mi padre le puso alambres pues no había cuerdas. Luego me compraron  mi  primera guitarra. Así me pegaba a la radio a acompañar todo lo que me gustaba y atraía. La suerte ventajosa y estimulante de tomar contacto con la música, antes de aprender a leer y a escribir. Mi madre, maestra de campo, tocaba el piano y esto fue para mí un gran estímulo; me llevaba a los actos patrios en los que me hacían cantar y acompañarme con la guitarra; a los cinco años conocí a mi maestro de música. Recuerdo que en las tardes me gustaba sentarme con la guitarra debajo de un sauce en el patio. Lo disfrutaba.

Tu vida también está atravesada por la poesía ¿qué dicen tus poemas? ¿qué dicen los silencios?

JP: –San Pedro: islas del Paraná, barrancas, laguna, riachos, barrancas, pueblo de campo, chacras, barrancas; ese fue el mejor escenario que rodeó mi niñez, infancia y adolescencia. Estaba rodeado de poesía. Sólo bastaba con contemplar las islas, la laguna, una noche de luna abriendo un camino de plata sobre el agua mansa, escuchar al silencio pincelado por el canto de los pájaros. También me llamaba la atención los peones rurales, jornaleros, cuando se juntaban a charlar a tomar mate o algunos tragos cerca de la casa de mi abuela. En sus ropas, en sus entretenimientos, en sus trabajos se veía la injusticia, la inequidad: trabajaban campos ajenos. Los chicos que iban a caballo, a veces descalzos a la escuela rural, mal comidos y con poco abrigo en pleno invierno. Todo esto era lo que en silencios iba acumulando dentro mío. Eran  silencios que decían mucho.

“El silencio es remanso apentagramado / de la caída del sol/sobre el cual se van escribiendo/ como deslizándose las músicas de pájaros libres. El silencio es lo imprescindible/lo inescindible de la existencia del sonido/las armonías de notas y palabras; que lucen y relucen/ se descubren y redescubren en música y poesía: poesía es la música más allá de las palabras.

El silencio es lo que necesitan los oídos para cantar alegrías y dolores/los sabores y sinsabores/ y los deseos de los que sufren/de los que aman/de los que deseamos y soñamos/ de todo lo que se extraña… / El silencio es la levadura de la palabra.” –Esto es lo que pienso del silencio.

Le cantas a la solidaridad, a los de derechos humanos, a las comunidades originarias ¿cuál es tu compromiso? ¿ qué se puede cambiar desde un escenario, o al menos intentar?

JP: –Desde muy joven escuchaba a mi padre hablar de Yrigoyen y leer a Moisés Lebensohn, su participación  antes del 1945 en la juventud radical. Pero sus 11 hermanos, mis tíos eran todos obreros peronistas y delegados de fábrica; los admiraba. Su humildad sus orígenes. Todos, incluido mi padre (lustra botas de niño), eran muy humildes. Todo eso uno lo aprehende y lo va tallando. Cuento todo esto pues luego vemos el por qué lo de la solidaridad, los derechos humanos, los pueblos originarios. Ahí es donde busco mis raíces de la necesidad manifiesta de lucha por otro mundo muy opuesto al que conocemos: donde haya otra conducta humana, lo que significa otra cultura vinculada a la historia real que hemos vivido y no la que nos escribieron los opresores desde  Billiken, los Mitre y otros. El paisaje lleva consigo a su propia gente del pueblo, con nuestras luces y sombras. En eso se basan las músicas y los poemas; en la vida misma. Me vinculé a la Juventud Peronista cerca de mis 15 años que es cuando me vengo a Buenos Aires a estudiar. Todavía disfrutaba del tren, antes de su destrucción. Toda esta historia era un ensamble entre la guitarra, los conciertos que había hecho en San Pedro, en Baradero, y el tomar contacto con el ámbito universitario. Era música y militancia. Arte y política.

Pertenezco a una generación que ha sido perseguida y ha sufrido el terrorismo de estado: la dictadura cívico-militar de 1976. Lo bueno es tener la suerte de poder contarlo, obviamente por cuestiones de espacio omito muchas experiencias y vivencias. Puedo sentir orgullo de ser consecuente con mis ideas y seguir repensando que es posible otro mundo; como en las décadas pasadas junto a tantos miles de compañeros/as lo pensábamos  y seguir uniendo el arte con la política. Inseparables, por más que intentes cantarle solo a un mundo de flores.

Tu infancia estuvo rodeada de ríos, de islas, y de llegadas del tren ¿Qué músicas recordás de tu niñez?

JP: –Es verdad, esa geografía fue la que me vio nacer y a la que descubrí asombrándome, saboreando sus encantos y secretos, leyendas e historias, las músicas que podía escuchar en los patios de tierra en las casas de los pescadores por las tardes, en barrio Las Canaletas. Todo esto fue mi primer alimento para el alma. Ver llegar a los pescadores en sus canoas por las tardes y luego entregarse al descanso, al mate, la guitarra y rasgueos de chamamé y milongas.
Lo mismo significaba cuando escuchaba pitar a la locomotora del tren y soñaba con que algún día iba a manejar una. Viajar en tren a Buenos Aires, toda una aventura cargada de sueños y alegrías. Todo esto se sumaba a lo que ya te conté sobre la importancia de estar pegado a la radio y a los maestros a quienes escuchaba.

¿Por qué elegiste titular “Copos del Sol” a tu nuevo trabajo musical?
JP: –Como trabajador del arte y la cultura, soy consciente que  hay que lograr posibilidades más inclusivas y mayor equidad, mejor redistribución con la participación activa para aumentar y transformar lo que se ha logrado en nuestro país y en la Patria grande Latinoamericana; pero todavía nos quedan grandes deudas con las condiciones de vida que llevamos las inmensas mayorías del mundo en cual existe grandes desigualdades: un puñado de ricos que concentran grandes riquezas, desde ya amasándolas  robando a los pueblos, fabricando guerras, lavando dinero, digitando políticos y jueces y condicionando democracias en síntesis, piratas o buitres de aquí y más allá. Esas frivolidades y vaciamientos culturales de los pueblos requieren de seguir creyendo en los amaneceres de las utopías y derritiendo esas frivolidades; por más igualdad y equidad, con justicia social, con paz y soberanía. Por ello lo de los Copos de Sol: soñar con amaneceres con copos de soles que derritan las duras escarchas de siglos de justicias congeladas, detenidas en el tiempo que necesitamos hoy abrigar con  mayor esperanza.

Se viene La Manzana de las Luces y después una gira ¿que tenés pensado para estas próximas presentaciones?

JP: –Luego de más de 7 años volvemos a este lugar tan emblemático, cargado de historias vinculadas a las luchas de la Revolución de Mayo. Un lugar donde también recuerdo, funcionó la Facultad de Ciencias Exactas soportando la dictadura de Onganía, “la noche de los bastones largos”, la represión… Es un concierto donde sigo presentando este noveno disco como lo hice el año pasado en la Biblioteca Nacional, o en gira por Ecuador,  abarcando una temática con maestros como Yupanqui, Agustín Barrios, el Cuchi Leguizamón y temas de mi autoría. Luego, en estos próximos meses inmediatos, emprendo gira por diversas ciudades del Perú; antes de fin del 2015 haremos países de Europa. Me agradaría poder tener más presentaciones en mi país y que nuestra música criolla y popular tuviese mayor difusión en Radios y diversos medios de comunicación. Hay muchos artistas que no se difunden y son condenados al olvido, o sólo se los escucha cuando llega la fecha de su fallecimiento, una vez por año. Se producen discriminaciones. Hay una división entre hijos y entenados. Lo mismo pasa en los medios escritos y esto es demasiada “obediencia al mercado”. Siendo importante lo logrado cultural y socialmente, debemos seguir batallando por mucho más, por ser mejores cada día. Este Boletín de Folklore y quienes laboran en él son una muy buena contribución para la cultura y la libertad de expresión.